-¡Mochuelo!
Se arrojó de la cama, exaltado, y se asomó a la carretera. Allí abajo, sobre el asfalto, estaba la Uca-uca. Le brillaban los ojos de una manera extraña.
-Mochuelo, ¿sabes? Voy a La Cullera por la leche. No te podré decir adiós en la estación.
Daniel, el Mochuelo, al escuchar la voz grave y dulce de la niña, notó que algo muy íntimo se le desgarraba dentro del pecho. La niña hacía pendular la cacharro de la leche sin cesar de mirarlo. Sus trenzas brillaban al sol.
-Adiós, Uca-uca -dijo el Mochuelo.
-Mochuelo, ¿te acordarás de mí?
Daniel apoyó los codos en el alféizar y se sujetó la cabeza con las manos. Le daba mucha vergüenza decir aquello, pero era esta su última oportunidad.
-Uca-uca... -dijo al fin-.No dejes a la Guindilla que te quite las pecas, ¿me oyes? ¡No quiero que te las quite!
Y se retiró de ventana, porque sabía que iba a llorar y no quería que la Uca-uca lo viese. Y cuando empezó a vestirse lo invadió una sensación muy clara de que tomaba un camino distinto del que el Señor le había marcado. Y lloró, al fin,
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